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NUESTRAS CREENCIAS

Articulos de Fe de la IEB

A fin de que, como evangélicos en la tradición Arminiana-Wesleyana, podamos sabiamente preservar y transmitir a la posteridad las sanas creencias y doctrinas bíblicas; por la presente establecemos, ordenamos, y exponemos los siguientes Artículos como nuestra Constitución.

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Artículos de Fe

1. Fe en la Santísima Trinidad. Creemos en el único Dios vivo y verdadero, santo y amoroso, eterno, ilimitado en poder, sabiduría y bondad, el Creador y Preservador de todas las cosas visibles e invisibles. Dentro de esta unidad hay tres personas de una naturaleza esencial, poder y eternidad - el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Génesis 1:1; 17:1; Éxodo 3:13-15; 33:20; Deut 6:4; Sal 90:2; Isa. 40:28-29; Mt. 3:16-17; 28:19; Jn 1:1-2; 4:24; 16:13; 17:3; Hech 5:3-4; 17:24-25; 1 Cor. 8:4, 6; Ef. 2:18; Fil. 2:6; Col. 1:16-17; 1 Tim. 1:17; Heb 1:8; 1 Jn 5:20.

2. El Padre. Creemos que el Padre es la fuente de todo lo que existe, ya sea materia o espíritu. Con el Hijo y el Espíritu Santo, hizo al hombre, varón y mujer, a su imagen y semejanza. Por intención se relaciona con las personas como Padre, declarando así para siempre su buena voluntad hacia ellos. En amor, Él busca y recibe a los pecadores penitentes. Sal 68:5; Is 64:8; Mt 7:11; Jn 3:17; Rom 8:15; 1 Ped 1:17.

3. El Hijo de Dios. Creemos en Jesucristo, el Verbo eterno, el Hijo unigénito de Dios. En Su encarnación fue concebido por el Espíritu Santo y nacido de la virgen María, siendo plenamente Dios y plenamente hombre. Murió en la cruz, fue enterrado, pero resucitó de entre los muertos y ascendió al cielo, e intercede por nosotros a la derecha del Padre hasta que vuelva a juzgar a toda la humanidad en el último día. Se dio a sí mismo como sacrificio tanto por el pecado original como por todas las transgresiones humanas, para reconciliarnos con Dios. Sal. 16:8-10; Mt. 1:21, 23; 11:27; 16:28; 27:62-66; 28:5-9, 16-17; Mc 10:45; 15; 16:6-7; Lc 1:27, 31, 35; 24:4-8, 23; Jn 1:1, 14, 18; 3:16-17; 20:26-29; 21; Hech 1:2-3; 2:24-31; 4:12; 10:40; Rom. 5:10, 18; 8:34; 14:9; 1 Cor. 15:3-8, 14; 2 Cor. 5:18-19; Gál. 1:4; 2:20; 4:4-5; Ef. 5:2; 1 Tim. 1:15; Heb 2:17; 7:27; 9:14, 28; 10:12; 13:20; 1 Ped 2:24; 1 Jn 2:2; 4:14.

4. El Espíritu Santo. Creemos en el Espíritu Santo, quien procede del Padre y del Hijo, y es de la misma naturaleza, esencia, majestad y gloria, que el Padre y el Hijo, siendo plena y eternamente Dios. Él es el Administrador de la gracia para todos, y es particularmente el Agente efectivo en la convicción del pecado, en la regeneración, en la santificación y en la glorificación. Él está siempre presente, asegurando, preservando, guiando, y capacitando al creyente. Job 33:4; Mt 28:19; Jn 4:24; 14:16-17; 15:26; 16:13-15; Hech 5:3-4; Rom 8:9; 2 Cor 3:17; Gál 4:6.

5. La Biblia. Creemos que los 66 libros del Antiguo y Nuevo Testamento (A.T. y N.T.) constituyen las Sagradas Escrituras. Son la Palabra de Dios inspirada e infaliblemente escrita, totalmente inerrante y superior a toda autoridad, razón, arte, historia, tradición, experiencia, preferencias, y justicia humana, y han sido transmitidas hasta el presente sin corrupción de ninguna doctrina esencial. Creemos que encierran todas las verdades y doctrinas necesarias para la salvación; de modo que lo que no se lea en ellas, ni pueda probarse por ellas, no se exigirá de ningún hombre o mujer que se crea como un artículo de fe, o que se considere requisito o necesario para la salvación. Tanto en el A.T. como en el N.T., la vida eterna se ofrece en última instancia a través de Cristo, que es el único mediador entre Dios y el género humano. El N.T. enseña a los cristianos cómo cumplir los principios morales del Antiguo Testamento, llamando a una obediencia amorosa a Dios hecha posible por la presencia permanente del Espíritu Santo. Los libros canónicos del A.T. son: Génesis, Éxodo, Levítico, Números, Deuteronomio, Josué, Jueces, Rut, 1 Samuel, 2 Samuel, 1 Reyes, 2 Reyes, 1 Crónicas, 2 Crónicas, Esdras, Nehemías, Ester, Job, Salmos, Proverbios, Eclesiastés, el Cantar de los Cantares, Isaías, Jeremías, Lamentaciones, Ezequiel, Daniel, Oseas, Joel, Amós, Abdías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Hageo, Zacarías y Malaquías. Los libros canónicos del N.T. son: Mateo, Marcos, Lucas, Juan, Hechos, Romanos, 1 Corintios, 2 Corintios, Gálatas, Efesios, Filipenses, Colosenses, 1 Tesalonicenses, 2 Tesalonicenses, 1 Timoteo, 2 Timoteo, Tito, Filemón, Hebreos, Santiago, 1 Pedro, 2 Pedro, 1 Juan, 2 Juan, 3 Juan, Judas y Apocalipsis. Sal. 19:7; Mat. 5:17-19; 22:37-40; Lc 24:27, 44; Jn 1:45; 5:46; 17:17; Hech 17:2, 11; Rom. 1:2; 15:4, 8; 16:26; 2 Cor. 1:20; Gál. 1:8; Ef. 2:15-16; 1 Tim. 2:5; 2 Tim. 3:15-17; Heb 4:12; 10:1; 11:39; Stgo 1:21; 1 Ped 1:23; 2 Ped 1:19-21; 1 Jn 2:3-7; Ap 22:18-19.

6. El propósito de Dios para la raza humana. Creemos que los dos grandes mandamientos, que requieren que amemos al Señor nuestro Dios con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos, resumen la ley divina tal como se revela en las Escrituras. Son la medida y norma perfectas del deber humano, tanto para el orden y la dirección de las familias y naciones, y todos los demás cuerpos sociales, como para los actos individuales, por los que se nos exige reconocer a Dios como nuestro único Gobernante Supremo, y a todas las personas como creadas por Él, iguales en todos los derechos naturales. Por lo tanto, todas las personas deben ordenar todos sus actos individuales, sociales y políticos de tal manera que den a Dios una obediencia total y absoluta, para el disfrute de todos los derechos naturales, así como para promover el cumplimiento de cada uno en la posesión y el ejercicio de tales derechos de acuerdo con la moral bíblica. Lev. 19:18, 34; Deut. 1:16-17; Job 31:13-14; Jer. 21:12; 22:3; Miqueas 6:8; Mat. 5:44-48; 7:12; Marcos 12:28-31; Lucas 6:27-29, 35; Juan 13:34-35; Hechos 10:34-35; 17:26; Rom. 12:9; 13:1, 7-8, 10; Gálatas 5:14; 6:10; Tito 3:1; Santiago 2:8; 1 Pedro 2:17; 1 Juan 2:5; 4:12-13; 2 Juan 6.

7. El matrimonio y la familia. Creemos que cada persona es creada a imagen de Dios, que la sexualidad humana refleja esa imagen en términos de amor íntimo, comunicación, compañerismo, subordinación de sí mismo al todo. La Palabra de Dios hace uso de la relación matrimonial como la metáfora suprema de su relación con Su pueblo y para revelar la verdad de que esta relación es de un solo Dios con un pueblo redimido. Por lo tanto, el plan de Dios para la sexualidad humana es que se exprese sólo en una relación monógama de por vida entre un hombre y una mujer en el marco del matrimonio. Esta es la única relación que está divinamente diseñada para el nacimiento y la crianza de los hijos y es una unión de alianza hecha a la vista de Dios, teniendo prioridad sobre cualquier otra relación humana. Nos adherimos a las enseñanzas de las Escrituras con respecto a la identidad de género, la conducta sexual y el carácter sagrado del matrimonio, y creemos que las relaciones sexuales fuera del matrimonio, las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y la identidad de género no binaria (masculino/femenina) son inmorales y pecaminosas. Génesis 1:27-28; 2:18, 20, 23-24; Isa. 54:4-8; 62:5b; Jer. 3:14; Ezequiel 16; Oseas 2; Mal. 2:14; Mateo 19:4-6; Marcos 10:9; Juan 2:1-2, 11; 1 Cor. 9:5; Ef. 5:23-32; 1 Tim. 5:14; Hebreos 13:4; 1 Pedro 2:9; Apocalipsis 19:7-8.  

8. Elección personal. Creemos que la creación de la humanidad a imagen de Dios incluyó la capacidad de elegir entre el bien y el mal. Por lo tanto, los individuos fueron hechos moralmente responsables de sus elecciones. Pero desde la caída de Adán, la gente es incapaz en su propia fuerza de hacer lo que es correcto según las leyes de Dios. Esto se debe al pecado original, que no es simplemente el seguimiento del ejemplo de Adán, sino más bien la corrupción de la naturaleza de cada mortal, y se reproduce naturalmente en los descendientes de Adán. Debido a ello, los humanos están muy lejos de la rectitud original, y por naturaleza están continuamente inclinados a la maldad. No pueden por sí mismos ni siquiera invocar a Dios o ejercer la fe para la salvación. Pero a través de Jesucristo, la gracia preveniente de Dios hace posible lo que los humanos no pueden hacer por sí mismos. Esta gracia se otorga libremente a todos, permitiendo a todos los que quieran volverse a Él y ser salvados. Génesis 6:5; 8:21; Deuteronomio 30:19; Josué. 24:15; 1 Reyes 20:40; Sal. 51:5; Isa. 64:6; Jer. 17:9; Marcos 7:21-23; Lucas 16:15; Juan 7:17; Rom. 3:10-12; 5:12-21; 1 Cor. 15:22; Ef. 2:1-3; 1 Tim. 2:5; Tito 2:11; 3:5; Heb. 11:6; Ap. 22:17.

9. Pecado: Original, Voluntario e Involuntario. Creemos que a través de la desobediencia de Adán y Eva el pecado entró en el mundo y toda la creación sufre sus consecuencias. Los efectos del pecado incluyen la interrupción de la relación entre Dios y la raza humana, el deterioro del orden natural de la creación y la explotación de las personas por sistemas sociales, políticos, religiosos, y comerciales malignos o equivocados. Debido al pecado, toda la creación gime por la redención. Cada persona nace con una inclinación al pecado, manifestada en una orientación desordenada hacia sí mismo, llevados por el orgullo y la independencia de Dios, que conduce a actos deliberados de injusticia. Los efectos residuales de la desobediencia de Adán y Eva incluyen una naturaleza humana empañada de la que surgen pecados involuntarios, faltas, errores, debilidades, y juicios imperfectos, que no deben considerarse lo mismo que el pecado voluntario. Sin embargo, dado que estos defectos violan las expectativas de Dios y van en contra de su demanda de santidad, todavía necesitan los méritos de la expiación, la obra santificadora del Espíritu Santo y el autocontrol del creyente. El pecado voluntario resulta cuando una persona moralmente responsable elige violar la ley de Dios, usando la libertad de elección para complacerse a sí mismo en lugar de obedecer a Dios. Las consecuencias del pecado voluntario incluyen la pérdida de la comunión con Dios, el ensimismamiento en los propios intereses en lugar de amar y preocuparse por los demás, la esclavitud a cosas que distorsionan la imagen divina, la persistente incapacidad de vivir en rectitud y, en última instancia, la miseria y la separación eterna de Dios. La obra expiatoria de Cristo es el único remedio para el pecado, ya sea original, voluntario o involuntario. Génesis 3; 6:5; Salmo 1; 32:1-5; 51; Is. 6:5; Jer. 17:9-10; Mat. 16:24-27; 22:36-40; Mc. 7:20-23; Juan 16:8-9; Rom. 1:18-25; 3:23; 5:12-14; 6:15-23; 7:1-8:9; 8:18-24; 14:23; I Cor. 3:1-4; Gál. 5:16-25; Ef. 2:1-22; Col. 1:21-22; 3:5-11; I Jn. 1:7-2:4; 3:7-10.

10. La Expiación. Creemos que la ofrenda de Cristo de sí mismo, de una vez por todas, por medio de Sus sufrimientos y Su meritoria muerte en la cruz, provee la perfecta redención y expiación de los pecados del mundo entero, tanto originales como actuales. No hay otro modo de salvación del pecado excepto por y en Cristo. Esta expiación es suficiente para cada persona. Es incondicionalmente efectiva en la salvación de aquellos mentalmente incompetentes desde el nacimiento, de aquellas personas convertidas que se han vuelto mentalmente incompetentes, y de los niños menores de la edad de responsabilidad. Pero sólo es eficaz para la salvación de los que llegan a la edad de la rendición de cuentas; cuando se arrepienten, reciben a Cristo y depositan su la fe en Él. Isa. 52:13-53:12; Lucas 24:46-47; Juan 3:16; Hechos 3:18; 4:12; Rom. 3:20, 24-26; 5:8-11, 13, 18-20; 7:7; 8:34; 1 Cor. 6:11; 15:22; Gál. 2:16; 3:2-3; Ef. 1:7; 2:13, 16; 1 Timoteo 2:5-6; Hebreos 7:23-27; 9:11-15, 24-28; 10:14; 1 Juan 2:2; 4:10.

11. Arrepentimiento y fe. Creemos que para que los hombres y mujeres se apropien de lo que la gracia preveniente de Dios ha hecho posible, deben responder voluntariamente en arrepentimiento, confesión y fe. La habilidad viene de Dios, pero el acto es del individuo. El arrepentimiento es impulsado por la convicción del Espíritu Santo. Implica un cambio de mentalidad voluntario que renuncia al pecado y anhela la justicia, un dolor y una confesión genuina de los pecados pasados, una restitución adecuada de las malas acciones, y la resolución de vivir una vida consagrada. El arrepentimiento es la condición previa para la fe salvadora, y sin él la fe salvadora es imposible. A su vez, la fe completa en Cristo es la única condición para la salvación. Comienza con el acuerdo de la mente y el consentimiento de la voluntad a la verdad del evangelio. La fe salvadora se expresa en un reconocimiento público de Su señorío y la identificación con Su iglesia. Marcos 1:15; Lucas 5:32; 13:3; 24:47; Juan 3:16; 17:20; 20:31; Hechos 5:31; 10:43; 11:18; 16:31; 20:21; 26:20; Rom. 1:16; 2:4; 10:8-10, 17; Gál. 3:26; Ef. 2:8; 4:4-6; Fil. 3:9; 2 Tesalonicenses. 2:13; 2 Tim. 2:25; Heb. 11:6; 12:2; 1 Pedro 1:9; 2 Pedro 3:9.

12. Justificación, regeneración y adopción. Creemos que cuando uno se arrepiente de su pecado personal y cree en el Señor Jesucristo, en ese momento esa persona es justificada, regenerada, y adoptada a la familia de Dios, y asegura su salvación personal a través del testimonio del Espíritu Santo. Creemos que la justificación es el acto judicial de Dios por el cual una persona es considerada justa, se le concede el perdón total de todos los pecados, es liberada de la culpa, completamente liberada de la pena de los pecados cometidos, por el mérito de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, por la fe solamente, no por las obras. Creemos que la regeneración, o el nuevo nacimiento, es la obra del Espíritu Santo por la cual, cuando uno se arrepiente y cree verdaderamente, se le da a su naturaleza moral una vida distintivamente espiritual con capacidad de amar y obedecer. Esta nueva vida se recibe por la fe en Jesucristo, permite al pecador perdonado servir a Dios con la voluntad y los afectos del corazón, y por ella el regenerado es liberado del poder del pecado que reina sobre todos los no regenerados. Creemos que la adopción es el acto de Dios por el cual el creyente justificado y regenerado se convierte en hijo de Dios y es hecho partícipe de todos los derechos, privilegios y responsabilidades de un hijo de Dios.

- Justificación: Hab. 2:4; Hechos 13:38-39; 15:11; 16:31; Rom. 1:17; 3:28; 4:2-5; 5:1-2; Gál. 3:6-14; Ef. 2:8-9; Fil. 3:9; Heb. 10:38.

- Regeneración: Juan 1:12-13; 3:3, 5-8; 2 Cor. 5:17; Gál. 3:26; Ef. 2:5, 10, 19; 4:24; Col. 3:10; Tito 3:5; Santiago 1:18; 1 Pedro 1:3-4; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 3:1. 21

- Adopción: Rom. 8:15; Gál. 4:5, 7; Ef. 1:5.; Rom. 8:16-17; Gál. 4:6; 1 Juan 2:3; 3:14, 18-19.

13. Buenas obras. Creemos que aunque las buenas obras no pueden salvarnos de nuestros pecados o del juicio de Dios, son el fruto de la fe y siguen después de la regeneración. Por lo tanto, son agradables y aceptables para Dios en Cristo, y por ellas una fe viva puede ser tan evidentemente conocida como un árbol se discierne por su fruto. Mateo 5:16; 7:16-20; Juan 15:8; Rom 3:20; 4:2, 4, 6; Gálatas 2:16; 5:6; Efesios 2:10; Fil. 1:11; Col. 1:10; 1 Tes. 1:3; Tito 2:14; 3:5; Santiago 2:18, 22; 1 Pedro 2:9, 12.

14. Pecado después de la regeneración. Creemos que después de haber experimentado la regeneración, es posible caer en el pecado, ya que en esta vida no hay tal altura o fuerza de santidad de la que sea imposible caer. Pero por la gracia de Dios, quien ha caído en el pecado puede, por el verdadero arrepentimiento y la fe, encontrar el perdón y la restauración. Mal. 3:7; Mateo 18:21-22; Juan 15:4-6; 1 Tim. 4:1, 16; Hebreos 10:35-39; 1 Juan 1:9; 2:1, 24-25.

15. Santificación: Inicial, Progresiva, Entera. Creemos que la santificación es la obra del Espíritu Santo por la cual el hijo de Dios es separado para Su Reino. La santificación se inicia en el momento de la justificación y la regeneración. A partir de ese momento hay una santificación gradual o progresiva a medida que el creyente camina con Dios y crece diariamente en la gracia y en una más perfecta obediencia a Dios. Esto prepara el camino para que ocurra la entera santificación; la cual es forjada instantáneamente por el bautismo del Espíritu Santo, cuando los creyentes se presentan como sacrificios vivos, santos y aceptables para Dios, a través de la fe en Jesucristo. Esto permite a los creyentes vivir una vida santa, amando a Dios con todo el corazón, buscando y haciendo Su voluntad, y obedeciendo Sus mandamientos. Este bautismo da a los creyentes el poder y el amor para un servicio efectivo a Dios y para Su gloria. Gn. 17:1; Deut. 30:6; Sal. 130:8; Isa. 6:1-6; Ez. 36:25-29; Mat. 5:8, 48; Lucas 1:74-75; 3:16-17; 24:49; Juan 17:1-26; Hechos 1:4-5, 8; 2:1-4; 15:8-9; 26:18; Rom. 8:3-4; 1 Cor. 1:2; 6:11; 2 Cor. 7:1; Ef. 4:13, 24; 5:25-27; 1 Tes. 3:10, 12-13; 4:3, 7-8; 5:23-24; 2 Tes. 2:13; Tito 2:11-14; Hebreos 10:14; 12:14; 13:12; Santiago 3:17-18; 4:8; 1 Pedro 1:2; 2 Pedro 1:4; 1 Juan 1:7, 9; 3:8-9; 4:17-18; Judas 24.

16. Los dones del Espíritu. Creemos que el don del Espíritu es el propio Espíritu Santo, y que es más deseable que los dones del Espíritu que en su sabio consejo otorga a los miembros individuales de la Iglesia, para capacitarlos adecuadamente para cumplir su función como miembros del cuerpo de Cristo. Los dones del Espíritu, son para la edificación de toda la Iglesia y no para la autoexaltación. Ningún don es mayor o mejor que otro. Estos dones deben ser ejercidos con amor y humildad bajo la administración del Señor de la Iglesia, no por voluntad humana. El valor relativo de los dones del Espíritu debe ser probado por su utilidad en la Iglesia y no por el éxtasis producido en los que los reciben. Lucas 11:13; 24:49; Hechos 1:4; 2:38-39; 8:19-20; 10:45; 11:17; Rom. 12:4-8; 1 Cor. 12:1-14:40; Ef. 4:7-8, 11-16; Heb. 2:4; 13:20-21; 1 Pedro 4:8-11.


17. La Iglesia. Creemos que la Iglesia Cristiana es todo el cuerpo de verdaderos creyentes en Jesucristo, quien es el fundador y la única Cabeza de la Iglesia. La Iglesia incluye tanto a los creyentes que han muerto en el Señor como a los que permanecen en la tierra, habiendo renunciado al mundo, a la carne y al diablo, y se dedican a la obra que Cristo confió a Su iglesia hasta que Él regrese. La Iglesia en la tierra debe predicar la pura Palabra de Dios, administrar adecuadamente los sacramentos según las instrucciones de Cristo, y vivir en obediencia a todo lo que Cristo ordena. Una iglesia local es un cuerpo de creyentes formalmente organizado sobre los principios del evangelio, reuniéndose regularmente con el propósito de evangelizar, discipular, confraternizar, servir, y adorar. La Iglesia Evangélica Bíblica es una comunidad de creyentes que, como miembros del cuerpo de Cristo, mantienen la fe establecida en estos artículos de fe. Mateo 16:18; 18:17; Hech 2:41-47; 9:31; 11:22; 12:5; 14:23; 15:22; 20:28; 1 Cor. 1:2; 12:28; 16:1; 2 Cor. 1:1; Gál. 1:2; Ef. 1:22-23; 2:19-22; 3:9-10, 21; 5:22-33; Col. 1:18, 24; 1 Tes. 1:1; 2 Tes. 1:1; 1 Tim. 3:15; Heb 12:23; Santiago 5:14.

18. Los sacramentos: Bautismo y la Cena del Señor. Creemos que el bautismo en agua y la Cena del Señor son los sacramentos de la iglesia ordenados por Cristo y ordenados como un medio de gracia cuando se reciben a través de la fe. Son muestras de nuestra profesión de fe cristiana y signos del ministerio de gracia de Dios hacia nosotros. Por medio de ellos, Él trabaja dentro de nosotros para avivar, fortalecer y confirmar nuestra fe.

a. Bautismo: Creemos que el bautismo en agua es un sacramento de la iglesia, ordenado por nuestro Señor y administrado a los creyentes. Es un símbolo del nuevo pacto de gracia y significa la aceptación de los beneficios de la expiación de Jesucristo. Por medio de este sacramento, los creyentes declaran públicamente su fe en Jesucristo como Salvador personal y se comprometen a vivir para Él. Matt. 3:13-17; 28:19; Marcos 1:9-11; Juan 3:5, 22, 26; 4:1-2; Hechos 2:38-39, 41; 8:12-17, 36-38; 9:18; 16:15, 33; 18:8; 19:5; 22:16; Rom 2:28-29; 4:11; 6:3-4; 1 Cor. 12:13; Gál. 3:27-29; Col. 2:11-12; Tito 3:5.

b. Santa Cena: Creemos que la Cena del Señor es un sacramento de nuestra redención por la muerte de Cristo y de nuestra esperanza en su retorno victorioso, así como un signo del amor que los cristianos se tienen los unos a los otros. Aquellos que la reciben con humildad, con un examen adecuado de sí mismos y por fe, la Cena del Señor se convierte en un medio a través del cual Dios comunica la gracia al corazón. Mateo 26:26-28; Marcos 14:22-24; Lucas 22:19-20; Juan 6:48-58; 1 Corintios 5:7-8; 10:3-4, 16-17; 11:23-29.

19. La Segunda Venida de Cristo. Creemos que la certeza del retorno personal, visible e inminente de Cristo inspira a una vida santa y a tener celo por la evangelización del mundo. Creemos que Su retorno será visible y majestuoso, triunfando sobre todo el mal. Creemos que los cristianos deben estar siempre alerta y orando por Su regreso; entendiendo que las diferentes teorías y suposiciones bíblicas sobre los eventos del fin de los tiempos no son concluyentes.  Job 19:25-27; Isaías 11:1-12; Zacarías 14:1-11; Mateo 24:1-51; 25; 26:64; Marcos 13:1-37; Lucas 17:22-37; 21:5-36; Juan 14:1-3; Hechos 1:6-11; 1 Corintios 1:7-8; 1 Tesalonicenses. 1:10; 2:19; 3:13; 4:13-18; 5:1-11, 23; 2 Tes. 1:6-10; 2:1-12; Tito 2:11-14; Hebreos 9:27-28; Santiago 5:7-8; 2 Pedro 3:1-14; 1 Juan 3:2-3; Apocalipsis 1:7; 19:11-16; 22:6-7, 12, 20.

20. La Resurrección de los muertos. Creemos en la resurrección corporal de los muertos de todas las personas, de los justos a la resurrección de la vida, y de los injustos a la resurrección de la condenación. La resurrección de Cristo es la garantía de la resurrección que ocurrirá en la Segunda Venida de Cristo. Job 19:25-27; Dan. 12:2; Mateo 22:30-32; 28:1-20; Marcos 16:1-8; Lucas 14:14; 24:1-53; Juan 5:28-29; 11:21-27; 20:1- 21:25; Hechos 1:3; Rom. 8:11; 1 Cor. 6:14; 15:1-58; 2 Cor. 4:14; 5:1-11; 1 Tes. 4:13-17; Ap. 20:4-6, 11-13.

21. El Juicio de Dios a todas las personas. Creemos que las Escrituras revelan a Dios como el Juez de todos y los actos de su juicio se basan en su omnisciencia, santidad y justicia eterna. Su administración del juicio culminará en la reunión final de todas las personas ante su trono de gran majestad y poder, donde se examinarán los registros (libros) y se administrarán las recompensas y los castigos finales. Los creyentes serán juzgados para determinar sus recompensas y los incrédulos para recibir su castigo en el infierno. Ecl. 12:14; Mat. 10:15; 25:31-46; Lucas 11:31-32; Hechos 10:42; 17:31; Rom. 2:16; 14:10-12; 2 Cor. 5:10; 2 Tim. 4:1; Hebreos 9:27; 2 Pedro 3:7; Apocalipsis 20:11-13.

22. El Destino. Creemos que la Sagrada Escritura enseña claramente que hay una existencia personal consciente después de la muerte. El destino final de cada persona está determinado por la gracia de Dios y la respuesta de esa persona a su invitación a ser salvada. Creemos que el destino final de los individuos moralmente responsables resulta del ejercicio de su libre albedrío y no de ningún decreto arbitrario de Dios. El cielo con su gloria eterna y la bendición de la presencia de Cristo es la morada final de los que eligen la salvación que Dios proporciona a través de Jesucristo, pero el infierno con su eterna miseria y separación de Dios es la morada final de los que descuidan esta gran salvación. Dan. 12:2; Mateo 25:34-46; Marcos 9:43-48; Lucas 13:3; Juan 8:21-23; 14:2-3; 2 Cor. 5:6, 8, 10; Heb. 2:1-3; 9:27-28; 10:26-31; Ap. 20:14-15; 21:1-22:5, 14-15.

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